Creando opinión crítica dentro y fuera de la Iglesia





7 de diciembre de 2009

¿Puede ser la espiritualidad un factor de cohesión social?

En momentos de crisis como el actual, donde muchos especialistas señalan la falta de confianza, como un elemento clave en la propagación de la misma, y otros hablan de la necesidad de “moralizar” el capitalismo, cobra especial importancia un nuevo concepto: el capital espiritual. En países como EE UU, se estima que la religión es de largo el principal elemento que contribuye a crear capital social, aportando más de la mitad del mismo, según algunas investigaciones. Se destaca el impacto y la influencia de la espiritualidad y la religión sobre la vida de personas y comunidades, sobre todo su papel como creadora de redes de solidaridad y confianza entre personas e instituciones sociales.
Más allá de juicios de valor, la influencia de la espiritualidad y la religión en la conformación de la sociedad es un hecho de carácter público. No nos engañemos, la espiritualidad y la religión son fenómenos públicos, no privados. Esta relación, ha sido mejor entendida por la derecha (sobre todo la nacionalista) que por la izquierda. Aquélla, ha sabido utilizar para sus intereses políticos la relación entre la religión, capital social y económico y prosperidad de la nación. La izquierda, al desentenderse de esta cuestión, menospreciarla o intentar confinarla al ámbito privado, lo único que consiguió fue dejarle todo el terreno al “enemigo”. El resultado ha sido nefasto tanto para ella misma, como para el conjunto de la esfera pública.
Si buscamos ejemplos más cercanos al nuestro y más secularizados, podemos traer a colación el caso de Francia. En el país vecino, de larga y consolidada tradición laica, son plenamente conscientes de ese carácter público del hecho espiritual y religioso. De ahí su interés en que las religiones asuman valores públicos compartidos, los valores republicanos.
En el caso del catolicismo, el protestantismo y el judaísmo, la adaptación a la laicidad fue dolorosa, pero hoy, esas iglesias se mueven sin complejos y sin mayores problemas en el marco de una república laica.
Han asumido el marco democrático y deliberativo y se encuentran cómodas en la plaza pública. La vitalidad cultural del catolicismo francés es un hecho contrastado. Contribuyendo así a hacer ciudadanía y por consiguiente capital social. En el caso del Islam, confesión de más reciente implantación, la apuesta del Estado francés ha sido clara; se ha favorecido el desarrollo de un Islam republicano con carta plena de ciudadanía, en pie de igualdad con las otras confesiones. La visión es clara: además de defender la igualdad de derechos, se pretende conjurar la tentación del fundamentalismo. Se ha facilitado la creación de un Consejo Nacional islámico y se ha optado incluso por pagar la formación de los líderes religiosos.
Efectivamente, tanto la espiritualidad como la religión son fenómenos claves en la generación de confianza, esperanza y solidaridad entre individuos e instituciones sociales.
Cabe señalar que espiritualidad y religión no son sinónimos. Aunque tradicionalmente, las personas han desarrollado su dimensión espiritual en el seno de una tradición religiosa, ahora asistimos a la aparición de una espiritualidad laica, de carácter civil, que no se relaciona directamente con ninguna confesión religiosa. Es el caso de la espiritualidad que anima muchos movimientos sociales u ONG, donde los Derechos Humanos constituyen el horizonte de referencia. De hecho, existen personas con una profunda dimensión espiritual que no pertenecen a ninguna Iglesia o a ninguna religión;
y al contrario, personas y grupos sociales que bajo capa religiosa albergan el más duro materialismo. La oposición no es entre creyentes y ciudadanos, como algunos han querido señalar, sino entre fundamentalistas y personas que alimentan su dimensión espiritual, sea ésta religiosa o no. Entre personas que pretenden subvertir la democracia o acomodarla a sus intereses, o personas que buscan alimentar su pertenencia social desde opciones personales de fondo. Y en este conflicto, el Estado no puede mirar para otro lado. Por el bien común de la sociedad, interesa promover el desarrollo espiritual de sus miembros, en libertad, sin que eso presuponga ni excluya necesariamente filiación religiosa alguna. Está de moda hablar de valores, pero los valores ni se motivan ni se cultivan por generación espontánea, tampoco desde el adoctrinamiento ideológico o religioso.
Se facilita su desarrollo cuando se posibilita la búsqueda en libertad, de personas, de experiencias, de preguntas portadoras de hondo significado humano. En este sentido, llama la atención el reduccionismo con el que se afrontan cuestiones como la educación sexual de los adolescentes. Llevados del descrédito de lo religioso en la educación laica, se elimina con frecuencia toda referencia de sentido y trascendente. Se pretende salvar la neutralidad, pero se cae en el nihilismo. En países de nuestro entorno europeo, donde la Iglesia no ha tenido un papel tan partidista y la laicidad está más consolidada,
ya han aprendido de los errores del pasado. En algunos de ellos, la tan necesaria Educación para la Ciudadanía, incorpora la dimensión espiritual de las personas de modo no confesional. Esperemos que nuestro país también sepa incorporarla. Esperemos también que la próxima ley de Libertad Religiosa, sea un instrumento útil para facilitar que las iglesias construyan ciudadanía, capital social y espiritual.
Pero las iglesias tampoco pueden situarse a verlas venir. La Iglesia española tiene que ser capaz de entender su rol y situarse en el corazón de la democracia como un agente constructor de ciudadanía, confianza, justicia y solidaridad; de capital social y espiritual. No como una maestra anticuada y gruñona que pretenda tutelar a la sociedad.
La crisis eclesial tiene mucho que ver con la dificultad de la institución eclesiástica, para realizar una lectura verdaderamente espiritual de su responsabilidad social. En este sentido, es llamativa la ausencia de una visión más profundamente humana sobre la crisis económica, que es fundamentalmente una crisis de justicia, y también de sentido social, económico y ecológico. Al final, resulta que tanta prosperidad era mentira, y que los mercados que tan bien se autorregulaban, eran más bien una gigantesca torre de Babel. Muchos nos tememos que esta crisis se cerrará en falso, con unos cuantos ajustes de tuercas y la exigencia de moralizar” el capitalismo, con una buena catequesis sobre aquello de “que la avaricia rompe el saco”. Y hasta la próxima. Mientras tanto, podemos seguir perdiendo el tiempo y la credibilidad mientras debatimos las profundas analogías existentes entre embriones, niños y linces, y las consecuencias que eso entraña para la democracia. Lamentablemente, la tentación fundamentalista de situarse no en lo más profundo de la democracia, sino por encima, parece demasiado fuerte. En este contexto, tan marcado por la crisis económica, social y de justicia en el
que estamos, cabe preguntarle a los “gestores” de la Iglesia, por la manera como están “invirtiendo” su capital espiritual. No vaya a ser que lo que parecían “valores seguros” se revelen como una “estafa piramidal” más. Como en la parábola, la opción de no arriesgar escondiendo los talentos bajo tierra por el miedo a perder lo recibido, nos lleva a la más absoluta ruina espiritual.

1 de diciembre de 2009

¿Por qué eligimos a Karl Rahner?


El nombre de Karl Rahner creemos que resume gran parte de nuestra concepción del mundo y de nuestro papel en él. La razón es que él fue un teólogo de frontera del que muchos de nosotros hemos aprendido. Su esfuerzo por traducir conceptos, por adaptar las ideas a las situaciones de cada uno, por almacenar preguntas y descubrir en las preguntas la manera como Dios se nos hace presente, el dejarnos envolver en el misterio de Dios que se nos acerca… ha marcado en nosotros una forma de mirar el mundo.
En definitiva ¿qué queremos decir cuando decimos Dios, cuando decimos pecado, cuando decimos fe, cuando decimos Iglesia? Nos ayudó a vernos como adultos dentro de una Iglesia que no nos consideraba tales, y como adultos sentir la necesidad de gestionar con libertad y responsabilidad, es decir, con seriedad, nuestra vida cristiana. Aprendimos a comprender que no nos podíamos quedar con los brazos cruzados ante una secularización progresiva, en la que teníamos absolutamente la batalla perdida, como creyentes y como ciudadanos… Y finalmente a comprender que nos movíamos ante una cristiandad que desaparecía y un laicismo agresivo que nos condicionaba y nos hacía ver que no había más salida sino una vergonzante actitud pasiva. Ahí dentro está la razón de ser del nombre, “Asociación Cultural Karl Rahner”, pues de él, del teólogo Rahner, aprendimos, casi sin darnos cuenta, la teología que hemos ido almacenando; así como el estilo y la mística en que hemos querido mantenernos: “Creando opinión crítica, dentro y fuera de la Iglesia”

28 de noviembre de 2009

Comenzamos...

¿Quién no ha buscado alguna vez un espacio para preguntarse con otros sobre lo que significaba ser cristiano y ser universitario, atento a las necesidades y ritmos de las personas, y en un clima de diálogo fe cultura justicia, donde dialogar con la increencia y con el increyente que llevamos dentro?

¿Quién no ha necesitado un lugar pensado para el encuentro con otros y el acompañamiento, donde el único requisito era el respeto, la tolerancia, el espíritu crítico y en términos de Ignacio de Loyola, “un grande ánimo e liberalidad” para acoger las grandes preguntas de la humanidad desde que el mundo es mundo?

Desde la Asociación Cultural Karl Rahner pensamos que el enorme caudal de la tradición cristiana puede y debe ser más y mejor utilizado para, mezclado con la cultura moderna, fortalecer las mejores tendencias del hombre y la sociedad y denunciar las peores. Pensamos y sentimos que tenemos cosas que decir. Nos duele que, por “méritos” propios, la Iglesia sea percibida como una institución temerosa y anquilosada, de posiciones excluyentes, aliada con la derecha política, celosa guardadora de dogmas, regañona y vigilante de preceptos morales rígidos. Nos duele que desde dentro la Iglesia “centrifugue” a tantos cristianos que querrían seguir siéndolo. En definitiva, “nos duele la Iglesia” porque parece que cada vez pesan mas esos aspectos que los genuinamente evangélicos.

Defendemos una Iglesia acogedora, crítica desde el Evangelio, colegial y en abierto diálogo con el mundo. Con unas estructuras al servicio de las personas, útiles, ágiles, eficaces, participativas y democráticas. Para eso nos preguntamos qué podemos aportar los cristianos a la cultura y al debate público actual. Creemos que no se trata de hacer pasar por el aro de una ética teológica a la sociedad civil, se trata más bien de “ser levadura”, el Evangelio no habla de imposiciones, pero sí de influir, de posicionarse.

- En primer lugar queremos realizar una apuesta por “los últimos” que es ajena a la racionalidad económica y, con mucha frecuencia, política y social en la que vivimos. Deberíamos ser capaces de generar nuevas actitudes, nuevos valores, nuevos discursos y nuevas prácticas en ese sentido. “Los últimos” como lugar hermenéutico desde el que contemplar la vida y el mundo. Sin esta apuesta sería imposible entender la posibilidad de un cristianismo encarnado.

- En segundo lugar, queremos contribuir a crear una ética civil de carácter laico asentada en valores comunes que facilite el entendimiento de los diferentes. Esta ética no puede ser ajena a una defensa de los derechos humanos en especial de los más desfavorecidosla reivindicación de más democracia, la búsqueda de un orden internacional justo y el apoyo a políticas audaces de solidaridad. Una ética discursiva donde se busque siempre el mejor argumento desde el debate y el consenso, y que sea capaz de fomentar las virtudes públicas y de cuidar las fuentes de los valores…

- En tercer lugar, un nuevo concepto de razón y de identidad del ser humano, una racionalidad abierta al espíritu y la corporalidad, al diálogo con otros y a la experiencia religiosa genuina, crítica de todo aquello que esclaviza al ser humano. Una razón consciente de sus limitaciones y por tanto en autocrítica, y un concepto de persona que es mucho más que razón racionalista. En cuestiones bioéticas y de moral personal deberíamos liderar el discurso y no intentar controlarlo o frenarlo. Proponer una visión del ser humano como un ser en camino, abierto a la trascendencia, en equilibrio con otros y con la naturaleza.

- En cuarto lugar, nos sentimos capaces de fomentar actitudes de una “reconciliación” que sea capaz de acercarnos a la paz y de recuperar un mundo roto y de personas rotas, una ecología de la paz y de la reconciliación, en solidaridad con la tierra y las generaciones futuras. La paz y la reconciliación como meta de la convivencia actual y entre las futuras generaciones.

- Por último, queremos modestamente ayudar a que el hombre de hoy siga invitado a hacerse la pregunta que Jesucristo propuso a los suyos: “Y vosotros, ¿quién creéis que soy yo?