Creando opinión crítica dentro y fuera de la Iglesia





28 de noviembre de 2009

Comenzamos...

¿Quién no ha buscado alguna vez un espacio para preguntarse con otros sobre lo que significaba ser cristiano y ser universitario, atento a las necesidades y ritmos de las personas, y en un clima de diálogo fe cultura justicia, donde dialogar con la increencia y con el increyente que llevamos dentro?

¿Quién no ha necesitado un lugar pensado para el encuentro con otros y el acompañamiento, donde el único requisito era el respeto, la tolerancia, el espíritu crítico y en términos de Ignacio de Loyola, “un grande ánimo e liberalidad” para acoger las grandes preguntas de la humanidad desde que el mundo es mundo?

Desde la Asociación Cultural Karl Rahner pensamos que el enorme caudal de la tradición cristiana puede y debe ser más y mejor utilizado para, mezclado con la cultura moderna, fortalecer las mejores tendencias del hombre y la sociedad y denunciar las peores. Pensamos y sentimos que tenemos cosas que decir. Nos duele que, por “méritos” propios, la Iglesia sea percibida como una institución temerosa y anquilosada, de posiciones excluyentes, aliada con la derecha política, celosa guardadora de dogmas, regañona y vigilante de preceptos morales rígidos. Nos duele que desde dentro la Iglesia “centrifugue” a tantos cristianos que querrían seguir siéndolo. En definitiva, “nos duele la Iglesia” porque parece que cada vez pesan mas esos aspectos que los genuinamente evangélicos.

Defendemos una Iglesia acogedora, crítica desde el Evangelio, colegial y en abierto diálogo con el mundo. Con unas estructuras al servicio de las personas, útiles, ágiles, eficaces, participativas y democráticas. Para eso nos preguntamos qué podemos aportar los cristianos a la cultura y al debate público actual. Creemos que no se trata de hacer pasar por el aro de una ética teológica a la sociedad civil, se trata más bien de “ser levadura”, el Evangelio no habla de imposiciones, pero sí de influir, de posicionarse.

- En primer lugar queremos realizar una apuesta por “los últimos” que es ajena a la racionalidad económica y, con mucha frecuencia, política y social en la que vivimos. Deberíamos ser capaces de generar nuevas actitudes, nuevos valores, nuevos discursos y nuevas prácticas en ese sentido. “Los últimos” como lugar hermenéutico desde el que contemplar la vida y el mundo. Sin esta apuesta sería imposible entender la posibilidad de un cristianismo encarnado.

- En segundo lugar, queremos contribuir a crear una ética civil de carácter laico asentada en valores comunes que facilite el entendimiento de los diferentes. Esta ética no puede ser ajena a una defensa de los derechos humanos en especial de los más desfavorecidosla reivindicación de más democracia, la búsqueda de un orden internacional justo y el apoyo a políticas audaces de solidaridad. Una ética discursiva donde se busque siempre el mejor argumento desde el debate y el consenso, y que sea capaz de fomentar las virtudes públicas y de cuidar las fuentes de los valores…

- En tercer lugar, un nuevo concepto de razón y de identidad del ser humano, una racionalidad abierta al espíritu y la corporalidad, al diálogo con otros y a la experiencia religiosa genuina, crítica de todo aquello que esclaviza al ser humano. Una razón consciente de sus limitaciones y por tanto en autocrítica, y un concepto de persona que es mucho más que razón racionalista. En cuestiones bioéticas y de moral personal deberíamos liderar el discurso y no intentar controlarlo o frenarlo. Proponer una visión del ser humano como un ser en camino, abierto a la trascendencia, en equilibrio con otros y con la naturaleza.

- En cuarto lugar, nos sentimos capaces de fomentar actitudes de una “reconciliación” que sea capaz de acercarnos a la paz y de recuperar un mundo roto y de personas rotas, una ecología de la paz y de la reconciliación, en solidaridad con la tierra y las generaciones futuras. La paz y la reconciliación como meta de la convivencia actual y entre las futuras generaciones.

- Por último, queremos modestamente ayudar a que el hombre de hoy siga invitado a hacerse la pregunta que Jesucristo propuso a los suyos: “Y vosotros, ¿quién creéis que soy yo?