Creando opinión crítica dentro y fuera de la Iglesia





31 de julio de 2011

¿Un nuevo Mayo del 68? Por José Eduardo Muñoz.

LO extraño era que no hubiera ocurrido antes. Con un 43% de paro juvenil, una Unión Europea que parece renunciar a su papel histórico caminando hacia la irrelevancia social y política, revoluciones en el mundo árabe, un capitalismo financiero voraz y sin límites y fenómenos ciudadanos globales como las redes sociales y wikileaks, era simplemente cuestión de tiempo. Stephane Hessel, luchador de la Resistencia francesa, diplomático, redactor de la Declaración de Derechos Humanos, socialista francés y autor del pequeño panfleto Indignaos representa a sus 94 años la conciencia de una Europa ilustrada y democrática que no se resigna a la decadencia y a la injusticia.

Su llamamiento ha pulsado el sentir de la población francesa y empieza a hacerlo con la juventud española. La que llaman la generación perdida no tiene voluntad política -nunca mejor dicho- de serlo. Afortunadamente. Desde hace cierto tiempo han proliferado diversas iniciativas ciudadanas, con un denominador común, el hartazgo ante una crisis que están pagando aquellos que no la han ocasionado. Unas con más definición ideológica y pragmática que otras, florecen con distinta intensidad, signo de una ciudadanía que rechaza el nuevo feudalismo en que el capitalismo financiero está situando a la sociedad. Les agrupa la indignación, una emoción que hunde su sentido en la dimensión moral.

Para indignarse hay que tener concepto de dignidad. Dignidad de persona y conciencia de ciudadano, no de súbdito. La situación social y económica es escandalosa, y no responde a causas coyunturales sino estructurales. Frente a eso intentan situarse las democracias europeas, la española en particular, más joven que otras, pero ya lejos del optimismo de la Transición; de un optimismo que a pesar de graves problemas como el terrorismo, el paro o el déficit social hacía pensar que era posible conquistar el futuro. Futuro que pasaba por bienestar económico y social, el que representaba Europa. Sin embargo, las democracias europeas aquejan cansancio. La extrema derecha crece en toda Europa, al tiempo que la lentitud institucional y la sumisión a los mercados aumenta. Se salva a los bancos pero no se salva a las personas y eso es inaceptable. Aplaudimos las revoluciones árabes, pero luego no somos capaces de corresponsabilizarnos de sus efectos sociales. Se nos piden cada vez más esfuerzos, más competitividad y más ajustes, pero incluso en los países que están saliendo adelante en la crisis la gente vive peor que antes.

La gente tiene la sensación de que la democracia ha cedido mucho terreno al poder económico y que el deterioro de la cohesión social hace que cada vez menos personas se sientan representadas e integradas en el juego democrático actual. Unas elecciones municipales donde se presentan más de cien imputados hacen el resto. Nuestro sistema empieza a parecerse peligrosamente al de la Restauración, con una derecha poco europea y que parece no tener más alternativa que volver a engrasar la maquinaria de un sistema que es el problema, no la solución; y unos socialistas atrapados en las contradicciones ideológicas de una Tercera Vía que es más neoliberal que socialista.

Necesitamos urgentemente medidas de regeneración democrática como las listas abiertas, el cambio de la ley electoral u otras que permitan que los ciudadanos controlen a los partidos políticos, en manos de unos aparatos muy burocratizados. Y sobre todo que permitan la emergencia de una pluralidad y una complejidad que es bastante más profunda de lo que muchos nos quieren hacer ver. Necesitamos buscar un nuevo equilibrio entre estabilidad y pluralidad en la representación institucional. En esa articulación del pluralismo democrático resultan claves unos medios de comunicación social cuya propiedad es deseable que esté diversificada y que desarrollen su trabajo en la mayor libertad posible.

Lo llamativo de este movimiento es que llama a la unidad desde la indignación, sin pedir el carné político a nadie. Critica al sistema económico y a la incapacidad de la política para imponer la voluntad democrática a éste, pero no parte de unos principios ideológicos dogmáticos. Critican tanto al capitalismo como la connivencia del Estado con este último. De momento no hay líderes reconocibles mediáticamente, aunque sus promotores pertenecen a la izquierda social no alineada en los grandes partidos. Tampoco está claro cómo pasar de la indignación a las propuestas concretas, pero es evidente que si el movimiento sigue adelante, acabará influyendo mucho en la política española y también europea. También tendrá que superar intentos de instrumentalización, algunos de ellos violentos. Y pondrá nerviosos a los que detentan el poder, ya lo está haciendo, a unos más que a otros. Pero resulta evidente que estamos viviendo una situación de inquietud y agitación social a la que no estábamos acostumbrados desde la Transición. Una situación que algunos autores califican de "pre-revolucionaria".

Publicado en diarios del Grupo Joly. 21/5/2011

29 de julio de 2011

¿Qué se beatifica junto a Juan Pablo II? Por José Eduardo Muñoz. Publicado en Alandar, Junio 2011

Es 1º de Mayo, en toda Europa la gente sale a la calle a exigir derechos y justicia social como respuesta ética y política ante la crisis. Juan Pablo II es beatificado en Roma. Las dos noticias abren el telediario como los acontecimientos singulares del día. Un grito restalla en mi cabeza, “indignaos”. Así se llama el pequeño manifiesto que anima a la rebelión pacífica frente a la crisis y que ha vendido más de 1 millón de ejemplares en Francia. Su autor es Stephane Hessel, un ex combatiente de la Resistencia francesa de 94 años y redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Y qué pasaría si ese grito no lo hubiese lanzado Hessel sino el un poco más joven Benedicto XVI? Pero para una Iglesia que defiende los Derechos Humanos “extramuros” pero no siempre los respeta en su seno, eso parece un sueño, un sueño evangélico, pero un sueño. No, en su lugar, para solaz de unos y malestar de otros nos ofertan un espectáculo de masas centrado en la figura de Juan Pablo II. La pregunta clave es porqué beatifican a Juan Pablo II y no a Juan XXIII o a Oscar Romero, que murieron hace bastante más tiempo y no reúnen menos méritos. No se trata de menospreciar sus virtudes cristianas. Todo eso ha sido ya suficientemente destacado. A la vez que ocultado o minimizado los valores de los anteriormente señalados que no merecen menos ser beatos o santos, y que para mucha gente constituyen un modelo de identificación. Síntoma esto último de la creciente marginación de los sectores que no se identifican con un cristianismo tradicional y preconciliar. A nadie se le escapa que Juan Pablo II no fue solo una persona religiosa, sino que su papado tiene una vertiente política que resulta muy difícil separar de la personal. Este carácter político ha sido resultado por algunos medios de comunicación social, que equivocadamente ligan la beatitud a cuestiones como su indudable talla histórica o la derrota del comunismo. Pero precisamente por ese carácter político, no hacen santos o beatos a Juan XXIII o a mártires como Oscar Romero o Ignacio Ellacuría. A pesar de que su sangre regó los campos de Latinoamérica por una mayor justicia. Su santidad no corresponde a lo que se quiere destacar, no encaja en un modelo eclesiológico demasiado marcado por el autoritarismo, el clericalismo, la monarquía absoluta de Roma, el rechazo de la Ilustración y la impugnación de la cultura moderna y postmoderna. Declararlos santos supondría apuntar a una Iglesia más en línea con el Evangelio, con los pobres y con los problemas y los sufrimientos de las personas del mundo de hoy.

El gran programa político y eclesiológico de Juan Pablo II fue la restauración católica. La demolición progresiva y controlada de lo poco que ya entonces quedaba del Concilio Vaticano II. Ya en el principio de su papado, atacó la autonomía de una Compañía de Jesús que durante el período de Arrupe se volcó en los aspectos sociales de la evangelización. Después destituyó de su cátedra al único teólogo vivo capaz de escribir “best-sellers” teológicos, el suizo Hans Küng, el gran crítico de la infabilidad papal. En lenguaje del Vaticano II, todo un signo de los tiempos de lo que se avecinaba. Posteriormente persiguió a la Teología de la Liberación, acusándola de marxista, haciéndole un favor impagable a la dominación económica de los EEUU en Latinoamérica. En contraste con esto, dio poder a los grupos neoconservadores, entre ellos a Maciel, cuyos escándalos se destaparon en el pontificado de Benedicto XVI. Contribuyó a derribar muros en la Europa comunista al mismo tiempo que se edificaban en el interior de la Iglesia. Persiguió a la “disidencia” y a los “teólogos rebeldes” con celo y autoritarismo. En pocos años cambió el perfil del episcopado mundial, acabando con el legítimo pluralismo católico. Carismático, dominador de las claves de la comunicación social y con “una puesta en escena” magistral se convirtió en uno de los líderes de la revolución conservadora. Se ha hablado mucho tanto de su conservadurismo eclesial y moral como de su dimensión social. Y mucho menos de la contradicción de pretender mayor justicia social y al mismo tiempo defender estructuras eclesiales que son la negación de las mismas. Una mayor justicia social pasa inexorablemente por democratizar el poder, no por ostentarlo autocráticamente. No existe correspondencia posible entre estructuras eclesiales injustas y antidemocráticas y defensa de la dignidad de la persona y la justicia social en el mundo. Pero si existe la correspondencia contraria, entre una Iglesia más evangélica, cercana a las preocupaciones de los más desfavorecidos, más actual y un mundo más justo y en paz. Perpetuó una Iglesia con unas estructuras antidemocráticas, anticuadas y en última instancia antievangélicas, que promueven la sumisión de la persona y que posibilitan persecuciones encubiertas como la del libro sobre Jesús de Nazaret de J. A. Pagola. O lo que es peor obstaculizan la transparencia y la respuesta adecuada a asuntos como el de la pederastia a pesar de la implicación clara y decidida de Benedicto XVI. La alternativa pasa por el reconocimiento, la democratización interna, la igualdad real entre hombres y mujeres y por una concepción más evangélica del poder entendida más como servicio y menos como mera jurisdicción. Ya hay mucha gente y muchos grupos que están en ese camino, simplemente quieren seguir el Evangelio en el mundo de hoy, no en el siglo XIX o en la Edad Media. Gente que no se reconoce en un sistema romano ajeno al mundo y a la cultura de hoy. Gente que no quiere irse y que cree que otra Iglesia es posible y otro mundo también.