Creando opinión crítica dentro y fuera de la Iglesia





22 de noviembre de 2010

"Esta Iglesia no se deja reformar"

Durante siete años, el teólogo alemán Gotthold Hasenhüttl no ha parado de luchar contra la jerarquía del catolicismo, a la que acusa de estar "orientada hacia el fundamentalismo". Por eso fue suspendido de sus funciones como sacerdote y profesor de teología. Principal razón: invitar a fieles protestantes a participar en una eucaristía católica durante la primera Jornada Ecuménica de la Iglesia en Berlín. La semana pasada, Hasenhüttl anunció que abandonaba su Iglesia, aunque no la fe ni la comunidad de fieles.
ocente en la Universidad de la Sarre, el ahora profesor emérito de Teología, de 76 años, considera que la Iglesia católica "no se deja reformar". "No es más que una corporación administrativa interesada exclusivamente en recaudar sus impuestos religiosos. Ya no puede considerarse una comunidad de fe", añade.

Hasenhüttl se ha dado de baja como fiel católico ante el registro civil de Saarbrücken, una formalidad necesaria en Alemania para ser eximido del pago del impuesto en beneficio de esa confesión.

Entrevista publicada en 'El País' el 20/11/2010

Hasenhüttl estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Graz y en la Pontificia Gregoriana de Roma. En 1959 fue ordenado sacerdote en el Vaticano. A partir de 1964 trabajó como profesor auxiliar en la Universidad de Tubinga, en la que formó parte del equipo de Hans Küng, con el que colaboró también en el Instituto para la Investigación Ecuménica.

A partir de 1974 fue catedrático de Teología Sistemática en el Estado de Sarre. Desde 1989 preside la Sociedad Internacional San Pablo, dedicada a la promoción del diálogo entre teólogos y científicos y al acercamiento entre la teología y el marxismo. Fue el hoy papa Benedicto XVI quien encabezó las primeras censuras contra Hasenhüttl, cuando aquel era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Hasenhüttl se ha distinguido, además, en el combate contra el encubrimiento de abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica alemana, un hecho que ha sacudido el país este año. "La Iglesia católica no se centra en las personas. Simplemente, mira hacia la misma institución. El manejo de los casos de abusos fue prueba de esto: ocultar para salvar la institución. Todo esto es el exacto contrario de la enseñanza de Cristo", dijo ayer el teólogo en una entrevista telefónica con EL PAÍS. También denunció que el Papa no haya hecho lo suficiente para que los abusos no se vuelvan a repetir.

Hasenhüttl no ve voluntad de transparencia y tampoco síntomas de cambio en el pontificado de Benedicto XVI. Tampoco tiene esperanza alguna ante la visita del Papa a Alemania, anunciada ayer y prevista para septiembre de 2011. "No hará más que reafirmar el camino fundamentalista que ha tomado esta Iglesia. Tal y como está hoy, no se deja reformar. Pero hay posibilidad que llegue alguien, algún día...", dijo.

El famoso teólogo, autor de numerosos libros, insistió, además, que su abandono de la Iglesia no supone una pérdida de la fe. Tampoco será excomulgado, de acuerdo con los textos legales del Vaticano. "Por supuesto, no abandono la Iglesia católica como comunidad de fe", concluyó.

7 de marzo de 2010

El Cisma Silencioso

Cada año 200.000 personas abandonan la Iglesia Católica española; no se trata de mediáticas apostasías, ni de retractaciones públicas de intelectuales o de solicitudes de exclusión del registro bautismal. Sino más bien, de personas que poco a poco, -entre la desidia, la desconexión progresiva y alguna manifestación controvertida o estridente de la jerarquía católica- alcanzan un punto en que casi sin darse cuenta, están más fuera que dentro. Un proceso implacable, que se va gestando sin hacer mucho ruido, como el cambio climático o la deforestación del Amazonas. Esta secularización avanza a un ritmo sostenido, resultado de una compleja mezcla de inexorabilidad histórica y de errores estratégicos de la jerarquía eclesiástica para entender ese proceso y darle una respuesta adecuada. Desde luego, sería radicalmente injusto cargar toda la responsabilidad de ese declive sobre los dirigentes eclesiásticos, pero en cualquier institución moderna, los dirigentes de la misma tendrían que dar cuenta de esa situación. Solamente, las instituciones de estilo autoritario, se ven exoneradas de la necesidad de dar explicaciones ante los hechos.


En otros tiempos más lejanos, menos postmodernos, ese cotidiano éxodo podría haber incluso constituido un cisma. En una situación de cristiandad, en la cual la increencia era testimonial e individual, la mayoría de la gente no habría querido quedarse fuera de ninguna iglesia. En nuestra época actual, ese tipo de pertenencia no es tan importante. El mundo del espíritu se ha individualizado mucho, y el sentido de pertenencia a una institución religiosa, -y a otras instituciones “fuertes” como partidos políticos o sindicatos- se ha ido debilitando progresivamente. El destino de las personas que se alejan de la Iglesia Católica es muy variado: grupos menos institucionalizados, otras religiones, satisfacción de sus necesidades espirituales o religiosas con ofertas de tipo no espiritual o la llamada religiosidad difusa, un vago sentimiento “de que algo hay”, sin mayores implicaciones. Pero un denominador común del abanico de respuestas, es la individualización del fenómeno espiritual y religioso. Hablando en plata, ya que la institución no les da juego, cada uno se busca la vida como puede. Según la última y reciente encuesta del CIS, el 76% de los españoles sigue siendo católico, pero el porcentaje de practicantes es muchísimo más bajo. Muchos creyentes no encuentran un lugar en la institución, donde articular y recrear su mundo espiritual y de creencias. Existe una brecha entre la institución y los creyentes. Las razones de esa brecha son muy complejas y de largo recorrido. La percepción que tiene la población española en su conjunto de la Iglesia Católica española es bastante pobre, a pesar del buen hacer de muchos cristianos y de determinadas organizaciones, sobre todo las que actúan en el campo social. Lo peor no es el aumento del rechazo ante lo religioso, sino el aumento de la indiferencia ante el hecho religioso. Esto ha sido bien comprendido por algunos estrategas de la Iglesia española, que han optado por generar rechazo antes que indiferencia. Se trata de hacerse notar, de hacerse visible, “que hablen de mí, aunque sea mal”. Y así poder buscar el chivo expiatorio de la persecución y de martirio, comparando implícitamente una iglesia minoritaria y acosada, -la del imperio Romano- con otra en crisis, pero con numerosos privilegios, -la actual-. Se trata de cohesionar el núcleo interno más conservador ideológicamente, al mismo tiempo que esto permite alejar la vista de los problemas reales y de fondo. Se niega la crisis y se cambia la agenda política.

Entre las muchas y complejas razones que alimentan la brecha entre cristianos, la jerarquía eclesiástica y el conjunto de la población española, cabe destacar una: la falta de modernización religiosa. El Concilio Vaticano II, concluyó con un frágil consenso entre la mayoría reformista y la minoría conservadora que se resolvió en el período posterior al Concilio a favor de la minoría conservadora. Por factores difíciles de explicar aquí, los partidarios de un modelo de Iglesia autoritario y medieval ganaron la partida. Fue, la retirada de la Iglesia a los cuarteles de invierno, de la que habla Karl Rahner. En España, la Iglesia Católica fue durante la transición a la democracia un factor de diálogo, moderación, encuentro y reconciliación. Ahora, la jerarquía eclesiástica, aliada con algunos grupos, ha optado por situarse en un bando del conflicto social, político y cultural. Naturalmente, los partidarios de esa visión tienden a defender sus propias opiniones y su propia ideología, como si se tratara del mismísimo Evangelio, aunque con frecuencia olviden fundamentar sus propios puntos de vista o lo hagan defectuosamente. Les da igual no hacerlo, porque sienten que tienen tras ellos “el peso del aparato y del Derecho”. Dicha falta de modernización religiosa, se expresa en dos actitudes fundamentales: la falta de democracia interna y una propuesta moral bastante anticuada. Por supuesto, ambas situaciones se justifican como de Derecho divino. Según ellos, no cabe otra organización de la Iglesia, que una piramidal y monárquica, con una jerarquía de dominio y no de servicio. Niegan, unos por desconocimiento y otros por propio interés, tanto la propia historia eclesial de prácticas democráticas- como la elección de obispos, y la colegialidad de iglesias- como la investigación teológica al respecto. Sólo pueden echar mano de un Derecho Canónico, que cierra tautológicamente un círculo de hierro con la propia institución. Instituciones autoritarias autoritarias se autolegitiman con derechos autoritarios y viceversa. El resultado de estas estructuras es que un obispo que se supone va destinado a una diócesis para servir a sus fieles sea masivamente rechazado por ellos, y que no pase absolutamente nada. Esto no es justificable desde el Evangelio, sólo desde una ideología autoritaria. Además, coloca a la Iglesia Católica, en un claro fuera de juego cultural y político. Lo mismo cabe decir de una moral que no sirve a la gente para construir sus propias vidas, por responder a paradigmas y situaciones históricas periclitadas. Los cristianos en su gran mayoría, no siguen la mayoría de las indicaciones de la doctrina de la Iglesia Católica al respecto. Muchos de ellos son verdaderos “objetores de conciencia”. La mayoría de la gente también rechaza o no se identifica con un determinado estilo de tratar las cuestiones bioéticas. Los creyentes y también el resto de la sociedad, necesitan testimonios y argumentos para la discusión, no frentismo ideológico. No es responsable, utilizar el debate bioético como un elemento más del combate político e ideológico, ni por parte de las iglesias, ni por parte de los partidos políticos.

La causa y la consecuencia de esta falta de modernización institucional y religiosa es la privatización de la Iglesia Católica al servicio de los intereses de determinados grupos neoconservadores. No solo se privatizan las empresas públicas, sino también instituciones que vehiculan bienes tan importantes para la colectividad como los espirituales y religiosos. El espacio público intraeclesial se está agostando, con el consiguiente empobrecimiento propio y del resto de la sociedad. Las posiciones internas son de exclusión de la crítica y hacia afuera de condena y rechazo del mundo. Nada de esto tiene raigambre alguna en el Evangelio, sino solamente en la ideología integrista de algunos.

25 de enero de 2010

España, ¿una sociedad excluyente?

Durante estos meses, hemos constatado la intensidad y gravedad de la crisis. El escenario planteado es tan incierto que las propuestas políticas son acogidas con cáustico descreimiento por la población. Estamos siendo duros en las evaluaciones que realizamos. No hay una respuesta clara para gestionar esta crisis del modelo y crecer. No obstante, se debe alertar de la imagen percibida con las propuestas más irreflexivas. Sugerir la necesidad de incrementar el crédito a las empresas a algunos nos recordó la falsa cita de la reina María Antonieta: "si no tienen pan, que coman pasteles". Proponer como solución la reducción de la carga impositiva, recordó más bien un "sálvese quien pueda". Al manejar conceptos como competitividad y flexiseguridad asumimos que el equilibrio económico depende principalmente del sacrificio de los trabajadores del sector privado.

Quienes gustamos leer propuestas de contenido político-económico, terminamos confusos ante las múltiples hipótesis y modelos de solución difundidos. ¿Cómo no lo estarán quienes se acercan ocasionalmente, a escuchar la opinión de los expertos? Es necesario abstraerse de tanto análisis y olvidar los aspectos coyunturales o estructurales, endógenos o exógenos. Resulta más saludable optar por sentir y comprender nuestra actitud frente a la crisis. ¿Es nuestro comportamiento una constante histórica profundamente dolorosa? Recientemente comprobamos que otras naciones europeas acusan intensamente la caída del PIB, sin que el efecto sobre el desempleo sea tan demoledor. En épocas de carestía, las sociedades suelen expulsar grupos sociales con el fin de reequilibrarse, pero la española parece ser más cruenta.

El Cantar del Mío Cid, cuna del castellano, narra la crónica de un destierro, del desempleo y escarnio de una "subcontrata pública". El Quijote relata las ridículas experiencias de un personaje fatuo que arrastra a un hombre sencillo a una vida incierta e improductiva. La historia de España es un continuo de expulsiones de minorías; judíos y musulmanes en época de los Reyes Católicos, hidalgos y menesterosos en el Siglo de Oro, moriscos en el siglo XVII, órdenes religiosas en el XIX. Con frecuencia, estos grupos proscritos tuvieron un papel relevante en nuestro desarrollo; baste recordar el papel de algunas órdenes religiosas como propulsoras de la razón en una sociedad desestructurada y controlada por la "santa" inquisición, o el know-how tecnológico de origen morisco perdido con su expulsión. El pasado siglo atestiguó nuestra crueldad, anticipadamente retratada por Goya en Saturno devorando a sus hijos. Guerra civil y posguerra marcaron un máximo en el horror de la exclusión por motivos "ideológicos". El desarrollismo no supo integrar a toda la población rural. ¿Cuántos emigraron a Europa? En la democracia nos encontramos con el desempleo en la transición y la tardía incorporación de la mujer al mundo laboral, en condiciones discriminatorias y corrosivas para el desarrollo familiar. Los "sin papeles" y los mileuristas han sido los últimos grupos.

Podrá argumentarse que existen sistemas de cobertura y formación para los desempleados, mecanismos de acogida e integración de inmigrantes y sistemas de ayudas a los jóvenes. Es un engaño sutil. La realidad muestra una sociedad que arrebata las capacidades de opción y decisión a demasiadas personas. Nos esforzamos por mantener una sociedad de consumo sin consumidores. Las estadísticas lo reflejan, somos una nación con un fuerte incremento de multimillonarios y multinacionales que, mantiene a una quinta parte de su población en la pobreza o en sus umbrales. Condenamos la existencia de "paraísos fiscales" siendo la reserva mundial de billetes de 500 euros.

Necesitamos reflexionar sobre nuestro comportamiento. Una actitud menos excluyente y más generosa e integradora nos permitiría navegar estos años de crisis con mejor fortuna para todos. La recuperación se basa tanto en una cuestión de competitividad como en la mejora de la capacidad, entendiendo capacidad como la posibilidad de que las personas mediante su trabajo puedan realizar sus proyectos personales, familiares y profesionales. La recuperación de nuestra economía depende de la "competitividad" exterior y del funcionamiento equilibrado de los mercados interiores. Hoy día, se comprueban experiencias en empresas e instituciones para afrontar conjuntamente la crisis, actitudes que nos acercan a su solución. No obstante, aún es necesario sensibilizar a quienes deciden o trabajan en las administraciones públicas respecto a los esfuerzos que viene realizando el sector privado de la economía. Habiendo conocido tantas generaciones perdidas, es nuestro compromiso participar en la creación de una generación responsable e inclusiva. Así sea que nuestros hijos, al estudiar El Cantar del Mío Cid, no comprendan el concepto del "destierro".