Creando opinión crítica dentro y fuera de la Iglesia





6 de abril de 2011

¿Revoluciones en el mundo árabe, signo de los tiempos?. Por José Eduardo Muñoz. Publicado en diarios Grupo Joly. 4/3/2011

Vivimos en la sorpresa permanente, en un mundo y un tiempo acelerado que vuelve caducos a los acontecimientos con absoluta rapidez. Lo que hoy es noticia, mañana será suplantado por nuevos acontecimientos. Corren malos tiempos para los ojeadores, para los observadores de tendencias globales, para los pitonisos modernos que aspiran a explicar lo inexplicable más allá de cualquier determinismo materialista. Algunos profetas atisbaron la crisis económica del 2008, casi nadie pronosticó la caída del muro de Berlín y menos todavía la revolución en marcha en el mundo árabe. Como siempre, a los que avisan de la posibilidad del desastre no se les hace caso, simplemente porque no interesa. A pesar de la razón ilustrada, nuestras vidas y nuestras decisiones siguen regidas por lo irracional, más aún, cuantos más intereses hay en juego. He aquí que en medio del desencanto postmoderno europeo -egoístamente centrado en defender un bienestar cada vez más precario y absorbido por cuestiones como la crisis de la deuda soberana, el futuro del euro o la competitividad-se nos cuelan en nuestras pantallas unos actores que hasta ahora parecían meros comparsas, dándonos una lección de dignidad y de lucha por la libertad. A todos nos ha pillado a contrapié, no contábamos con esto. Pese a la perplejidad de algunos, en la era neoliberal las revoluciones siguen siendo posibles, y frente a ellas ya no es posible agitar el espantajo del comunismo, ni siquiera el de la religión. Resulta vana y estúpida la protesta del tertuliano televisivo: “sí, eso de la libertad está muy bien, pero verás tú cuando vengan los islamistas…” o la frivolidad de la información deportiva centrada asépticamente en la suspensión del gran premio de Fórmula 1 de Bahrein, como si sólo importara el resultado deportivo y no la lucha de las personas por su libertad. Queda también en evidencia el pensamiento etnocéntrico y relativista que postulaba que la democracia y la libertad no son para todos los pueblos, sino sólo para los occidentales. La demanda es de libertad, democracia y justicia social.

Ante estos hechos merecedores de compromiso total y absoluta solidaridad, la reacción europea está siendo muy lenta y timorata, atrapada entre la perplejidad antes aludida, la defensa del propio interés y el bajo tono vital que la caracteriza últimamente. El día a día, le va empujando a reaccionar ante el curso inexorable de los acontecimientos, más lenta que ágil, más renuente que proactiva. Dando la impresión de que se estaba más cómodo con el status quo anterior y pensando más en el petróleo, en el gas, en las pateras y en los refugiados, que en los defensa de los Derechos Humanos. Queda en evidencia el doble discurso, el de los Derechos Humanos como retórica y el de los negocios y los intereses geopolíticos como realidad fundamental. La Europa del capital como el rey del cuento, está desnuda, con todas sus vergüenzas al aire.

La política de Europa en particular y de Occidente en general, hacia el mundo árabe y el Islam, nunca ha sido coherente con los principios y valores europeos. Tras el colonialismo, los nuevos estados árabes que intentaron un desarrollo basado en el control de los recursos propios y en una política laica, fueron obstaculizados y boicoteados desde Occidente. La consecuencia fue la aparición de regímenes dictatoriales y el auge del islamismo y del terrorismo, utilizado como coartada ideológica tanto por los regímenes dictatoriales como por el mismo Occidente. Nunca se ha apostado en serio por la democratización y se ha preferido apoyar a dictaduras corruptas que aseguraban un baluarte frente al islamismo, el control de la emigración y la defensa de los intereses económicos europeos. Como casi siempre, se ha sacrificado a poblaciones enteras en aras de una “realpolitik” sin orientación ética alguna. Lo mismo ocurrió con el régimen franquista en España, “tolerado” por los EEUU por ser un fiel aliado contra el comunismo. Pero al final, esas políticas quedan siempre en evidencia, y finalmente ni siquiera la perspectiva del interés puede salvarse. Una Europa que ya no es una gran potencia, no puede perder de vista que sólo una política responsable y con orientación ética puede hacer que siga teniendo algo que decir en el mundo. Lejos de cualquier romanticismo o idealismo político solamente el compromiso europeo con la democracia y los Derechos Humanos puede darle un lugar digno en la globalización. Su principal aportación a la historia de la humanidad consiste en la demostración de que democracia, derechos humanos y desarrollo social y económico pueden constituir un círculo virtuoso. Si algo exclusivo nos queda es ser el continente de la Ilustración, de la emancipación humana, la libertad y los Derechos Humanos. Todo esto no puede sacrificarse en defensa de intereses cortoplacistas y que no benefician a la mayoría. Todo lo contrario, un Mediterráneo en paz, poblado de democracias y desarrollo sostenible es lo que realmente interesa a Europa y al mundo.